Joaquín me propuso un gran título para esta croniquita sobre el primer chou en La Bombonera, barrio de La Boca, Buenos Aires, Argentina: "Llovió sobre mojado". Era un gran título, al igual que Fito dijo una de las frases geniales de la noche: "Ni los elementos quieren que nos volvamos a juntar".
Yo hubiera preferido titularla "Aires" a secas...o a mojadas. Pero "Aires" solamente no haría honor a esta maravillosa ciudad que nos ha hipnotizado durante cuatro días. "Buenos Aires" es mucho más hermoso como título y como sentimiento.
Es difícil, extremadamente difícil, contar lo que pasó entre las 15 horas del día 16 y las 3 de la madrugada del 17. Intentaré hacerlo siempre desde mi punto de vista pero con la mayor fidelidad posible.
Tomad asiento y prestadme siete minutos de vuestro tiempo porque creo que merece la pena.
Llegamos al estadio del Club Atlético Boca Juniors, también llamado "la bombonera" y situado en el barrio de La Boca, sobre las 15 horas del día 16 con la felicidad del que sabe que va a pasar algo grande. Pero nadie sabía las dimensiones reales de lo que iba a pasar.
Dado que había que abrir puertas a las 17 horas teníamos un par de horas para probar sonido, osea, tiempo suficiente. En 24 años con Joaquín, nunca había pasado tantísimo calor en una prueba de sonido. Algo raro pasaba porque el calor era totalmente insoportable.
A base de mucha agua, mucha paciencia, toallas mojadas en la cabeza, y huídas esporádicas a cualquier lugar donde hubiera una mínima sombra (tuvimos durante dos horas el sol de cara) conseguimos terminar una prueba de sonido que nos dejó a todos relativamente satisfechos y empapados de pies a cabeza por el sudor, el terrible sudor.
Yo salí de allí con un fuerte dolor de cabeza y me quejé porque soy quejica profesional, pero no me preocupé demasiado porque supuse que se me pasaría.
Ya por la noche regresamos a un maravilloso estadio iluminado y repleto de peña, donde nadie podía presagiar lo que se avecinaba.
Tuve la suerte de llevar una cámara de vídeo (mil gracias y mil besos, Lupe y Guille) para poder grabar unas imágenes, mis imágenes, no las del típico vídeo de una actuación sino las mías, las subjetivas, las de la cancha, las del público, las de las gradas o las del interior del vestuario de Boca, rincón mágico, sagrado, y reservado a unos pocos. Ahí conseguí entrar junto a Dani (hijo de Antuán, "sobrino" mío y muy querido por mí)e incluso conseguimos meternos en el túnel de vestuarios por el que salen los jugadores al campo.
Todo un logro para mí, mitómano y seguidor de Atlético de Madrid y Boca Juniors como algunos sabéis. Ese estadio se cae a pedazos de viejo pero tiene tanta historia, tanta magia, tanto fútbol, tanto duende, tanto cántico y tanta belleza acumulada que sus paredes rezuman grandiosidad. Por sus cuatro costados.
Perdón por este inciso pero todo lo vivido ese día es tan importante para mí que a veces necesito detenerme unos instantes y contar brevemente algún detalle que puede parecer nimio a algunos, pero que a mí me perforó el corazón.
Volvamos al calor agobiante. Eran las diez de la noche y no se podía soportar el calor. Dentro del estadio la temperatura era elevadísima y sobre el escenario era directamente infernal debido a los focos y las luces. Sudábamos todos como pollos (¿los pollos sudan?) y de vez en cuando se veía muy a lo lejos un leve resplandor en el cielo. No pasaba nada, la tormenta parecía que no estaba cerca.
A nuestros pies, entre el escenario y la valla de seguridad donde se pone el público, había un llamado servicio de control. ¡Benditos sean!. De verdad que era impresionasnte verlos sacar chicos y, sobre todo, chicas desmayadas o a punto de desmayo. El público, solidario como nunca en mi puta vida vi nada igual, llevaba por encima de sus cabezas a las desmayadas o casi-desmayadas haciéndolas rodar hasta que caían en los brazos de un príncipe azul vestido con una camiseta negra en la que ponía "control" y este las llevaba al puesto de la Cruz Roja argentina.
Mientras tocaba no podía dejar de mirarlos pensando que estaban haciendo tanto bien o librando de tanto mal que, solo con pensarlo, me emociono. Y hablo de cientos de personas rescatadas, no de diez o veinte.
Empezamos tocando el repertorio de siempre y nunca había visto una marea semejante. Como siempre nos pasa en Buenos Aires, los músicos nos mirábamos entre nosotros sin poder creer el espectáculo que estábamos viendo: me acercaba a Jaime y le decía "qué barbaridad!" mientras él me comentaba "es increible!". Luego iba donde Antonio y nos mirábamos enarcando las cejas con ganas de frotarnos los ojos al ver la reacción de ese público.
El chou se desarrollaba muy bien aunque estábamos realmente asfixiados. El extra fue esta vez "Dieguitos y Mafaldas".
Recuerdo que durante la primera parte llegó el viento. Las primeras gotas de lluvia y las primeras embestidas del viento debieron llegar más o menos a la altura de "Resumiendo", osea la octava canción ese día. Lo recuerdo porque tengo la imagen
de Sergio (nuestro técnico de monitores) poniendo plásticos sobre y alrededor de la mesa de sonido dentro del escenario a esa altura del concierto.
Luego, poquito a poco, todo fue aumentando, lluvia y viento.
Pero la debacle llegó en "Ruido". Lo llamo "debacle" porque no sé muy bien cómo llamarlo. Simple y llanamente fue el diluvio universal. Durante los últimos estribillos de "Ruido" fue aumentando el agua de forma que yo estaba en una especie de éxtasis, al igual que el público que, tras pasar varias horas de agobiante calor, recibían el agua del cielo exactamente como eso: como caída del cielo.
Tanta agua caía que entró Berry, mánager de Joaquín, al escenario a pedirnos que saliéramos pitando de ahí porque había peligro real. Ya antes, debido al viento, se habían tenido que quitar los paneles traseros que sirven para que se proyecten las imágenes y solo quedaban los laterales. Pero esos paneles laterales junto a los plásticos y los telones hacen el efecto "vela" cuando hay viento. Y cuando hay mucho viento, son armas de destrucción masiva.
Varios de nosotros nos refugiamos en un camerino rápido que ponen en el escenario para cambios rápidos de ropa. Ahí empezó todo. El viento empezó a azotar el escenario, los instrumentos empapados caían al suelo, las cajas más pesadas rodaban de un lado a otro del escenario, dos compañeros, que pesan más de 200 kilos entre ambos, estaban sujetando un plástico o un panel y el viento los levantó como muñecos y los arrojó contra la pobre Cristina (road manager) que corría con mi bajo Rickenbaker en sus manos para salvarlo del desastre. Cristina al suelo y el bajo también.
Gritos de "todo el mundo fuera del escenario", "todo el mundo abajo del escenario" mientras el puente de luces amenazaba caer sobre nosotros. Alguna de la gente que huía pasaba por encima del Rickenbaker y yo también caí al suelo de rodillas lastimándome ligeramente el talón del pie izquierdo. Quejica profesional, ya sabéis.
A todo esto, el ruido del viento contra plásticos, paneles y telones era ensordecedor. Caían ríos de agua. Entre gritos logramos unos cuantos bajar del escenario y nadie sabía dónde meterse, nadie sabía lo que era un lugar seguro en esos momentos.
Huímos ya abajo por detrás del escenario totalmente empapados y en fila india por la estrechez del camino Helen, Jaime Asúa, tres o cuatro miembros de producción, la esposa de uno de ellos y yo y nos cruzamos con otra fila india que venía en sentido contrario también corriendo en la que estaban dos señores de seguridad, Jimena, Joaquín y más gente que no recuerdo. Imaginad el caos, cada fila siguió su camino porque nadie sabía a dónde dirigirse. Nadie sabía de un lugar seguro.
Todo amenazaba con venirse abajo por el huracán y no se veía absolutamente nada.
Totalmente a oscuras.
El tío (compañero de producción argentina) de repente vio un hueco, una especie de entrada en la pared tapada con un plástico y bastante pequeña, como para que cupieran diez o doce personas pero sentadas porque tenía unos asientos. De pie, casi no se cabía. Ahí nos metimos.
Empezamos con las preguntas de rigor, "¿están todos bien?", "alguien tiene algo serio o no tan serio?", "¿quién falta?", etc, etc. El tío entonces encendió una linterna para ver dónde estábamos y ahí me dio el ataque de risa: ¡¡¡estábamos escondidos en el banco o banquillo de suplentes del equipo local en la bombonera, estábamos donde se sientan los jugadores de Boca a la espera de ser llamados para sustituir a algún jugador!!! Ahí habíamos ido a parar. Por lo menos daba la impresión de ser un lugar mínimamente seguro.
Debimos pasar ahí más de media hora y la lluvia no cesaba, es más, arreciaba aunque parecía imposible. Al rato decidimos salir a probar suerte, a la aventura, anduvimos unos veinte metros y nos encontramos con el otro grupo, el de Joaquín y compañía que se había metido ¡¡¡en el banquillo del 4º árbitro!!!...qué mezcla de pánico, impotencia y risa floja...! Joaquín en el banquillo del árbitro en la bombonera esperando a que cese la lluvia, quién me lo iba a decir, quién se lo iba a decir...!
Después, entre todos decidimos que había que intentar llegar a otro sitio más seguro y lo ideal era llegar a camerinos. Para llegar al camerino había dos opciones: la primera pasaba por subir al escenario donde habían habilitado un pasillo por el que subías a los palcos y luego bajabas al camerino. Pero el escenario era un pim pam pum, una especie de bolera donde los bolos seríamos nosotros
y las bolas serían las cajas de cientos de kilos que debían estar rodando alegremente por allí. La segunda opción pasaba por llegar a una puertita que daba a camerinos, pero para llegar a esta puerta había que en ingresar al campo, osea al terreno de juego, osea al cesped, y ya allí entrar otra vez en el graderío y llegar a dicha puerta. En el terreno de juego todavía quedaba gente ya que el estadio tardó muchísimo en vaciarse debido a que la gente esperaba a una imposible reanudación, y a que todo el barrio de La Boca se había inundado y salir del estadio suponía andar varias cuadras con el agua por encima de los tobillos e incluso más. Me hablaron al día siguiente de muchos centímetros de agua.
Aún así elegimos la segunda opción. Entre charcos de más de 20 cms de profundidad, barrizales tremendos, resbalones y demás calamidades, llegamos por fin a la puerta de camerinos. Aunque parezca mentira, habíamos llegado!
Dentro de camerinos el lío era terrible. Poco a poco fue llegando todo el mundo y realmente el espectáculo era los restos de un naufragio.
Todo el mundo estaba más o menos bien y eso nos tranquilizó.
En la batalla perdí el guitarrón mexicano, se estropeó mi guitarra acústica, el bajo fue pisoteado, el teclado de Antonio cayó al suelo, etc, etc. Y eso hablando unicamente de instrumentos. Los desperfectos en los equipos de sonido y luces fueron varios, empezando por la microfonía.
A los camerinos iban llegando poco a poco los instrumentos como si fueran enfermitos tras un accidente. Se les aplicaba aire caliente, y muy cuidadosamente se iban secando con telas y manteles los instrumentos, los aparatos, los pedales, las mesas de luces y sonido...ese camerino parecía un hospital de campaña aunque muy peculiar. Los técnicos, pobres técnicos, seguían saliendo al escenario a rescatar lo que podían y volvían al hospital de campaña agotados y empapados con algo en los brazos, una guitarra, un micrófono, una mesa...
No sabíamos si reir o llorar...y fuera seguía cayendo una impresionante tromba de agua y viento. No teníamos ropa seca, así que tuvimos que aguantar hasta que llegamos al hotel totalmente empapados. Yo tenía una mezclilla de barro, agua y cesped en piernas, calcetines, zapatillas, brazos, etc, etc.
Tras un par de horas en camerinos, la tormentas amainó y nos llevaron al hotel en una furgoneta. A esas alturas de la noche, todos sabíamos que era practicamente imposible una segunda función al día siguiente, tal y como había quedado todo.
Pero ya os he dicho en muchas ocasiones que tenemos un gran equipo técnico. A base de no dormir o de dormir poquísimo, lograron el milagro que contaré más adelante.
Ese primer día hicimos el chou casi entero y solo faltaban dos canciones para los bises. Nos hubiera encantado terminar y, de hecho, ya nos la estábamos jugando durante la interpretación de "Ruido". Sinceramente, había mucho riesgo.
Tengo la sensación de haber tocado ante un público para el que no me quedan ya calificativos. El comportamiento ha sido admirable. La bombonera llena, abarrotada...y ya sabéis que "La bombonera no tiembla. La bombonera late!" Exactamente esa es la impresión que te llevas de allí, como decía el bueno de Paco Beneyto "¡Oye, es verdad que latía!". Pues claro que es verdad, bendito latido argentino!.
Yo, a pesar de no haber podido acabar este concierto, guardaré para siempre un recuerdo imborrable de la casi hora y media que estuvimos tocando y de lo que aconteció después.
Dadme un par de días para desenchufarme de este primer chou y ya contaré las maravillas del segundo. Pero dadme un par de días, por favor, para que tome aliento. Todavía me falta.
Guitarrista insurgente Varona
Y dile que la echo de menos...